Señor, dame valor para cambiar las cosas que pueden cambiarse,
Serenidad para aceptar lo que no puede cambiarse
y sobre todo Sabiduria para distinguir lo uno de lo otro
Más de una vez uno se plantea cuándo llega el momento de tirar la toalla.
¿Existe alguna forma de parar la locura en la que España se ve envuelta?
¿O tenemos, como Mariano, que rendirnos a la evidencia y dejar de luchar por todo aquello en lo que creemos?
Un antiguo cuento habla de un viejo profeta que había tenido un sueño ....
El sueño anticipaba que un día cercano iba a caer una lluvia contaminada. Como una revelación, el viejo veía en su sueño que la gente bebía de aquella agua e instantáneamente enloquecía, se volvía absolutamente loca. Entonces, cuando el sueño se repitió, el viejo profeta comenzó a pensar que se trataba de una revelación divina.
Como vivía en una ermita, apartado de la sociedad, bajó al pueblo, donde estaban muchos de sus amigos, a decirles lo que el sueño le había anticipado: que pronto caería una lluvia contaminada y que quien bebiera de ella caería víctima de la locura. Dicho esto, les pidió que por favor comenzaran a recoger agua para que el día que cayera la lluvia no tuvieran que beber el agua de los pozos ni de los ríos, pues si lo hicieran se contaminarían inmediatamente.
La gente pensó que el pobre viejo estaba delirando, que éste era otro de sus signos de senilidad, y le dijeron sí como a un loco. Pero él se fue tranquilo, creyendo que los había convencido.
En los días que siguieron soñó una y otra vez con la lluvia. Entonces bajó nuevamente al pueblo para ver si habían recogido el agua. Todos dijeron: «Sí, claro, por supuesto».
Finalmente, el día revelado llegó y la lluvia cayó. Tenía un color medio verdoso y el viejo supo en seguida que esa era la lluvia contaminada. Por supuesto, había almacenado cantidades de agua en barriles de toda clase, por si acaso. Así que dejó de beber agua de los pozos y de los ríos y sobrevivió con el agua que había atesorado en su casa.
Cuando dejó de llover, dos días después, el viejo bajó por tercera vez al pueblo. Algo raro había ocurrido: la gente se peleaba entre sí, nadie confiaba en los demás, todo el mundo discutía, todos querían ser los dueños de las cosas ajenas y apropiarse de los bienes comunes. La gente entraba en la casa del otro diciendo que era suya, algunos ocupaban las plazas, otros robaban objetos y todo el mundo reñía sin cesar. También se reían de cosas sin sentido y lloraban todo el tiempo comportándose como locos.
El viejo profeta se situó en el centro de la plaza y dijo:
-Escuchadme... ¿Veis cómo estáis? Estáis así porque seguramente no recogisteis el agua. Habéis estado bebiendo el agua contaminada. Pero yo he guardado para todos; no bebáis más de los ríos y los pozos porque puede dañaros si lo hacéis durante mucho tiempo. Aquí tengo agua; os traeré más después.
Los del pueblo le pusieron el barril de agua por sombrero y, diciéndole que estaba loco, lo empujaron de vuelta por el mismo camino por el que había llegado. Pero el viejo volvió a soñar esa noche. Solo en su ermita, pudo ver en su sueño que, si la gente bebía de aquel agua durante siete días, su locura sería permanente.
A la mañana siguiente bajó al pueblo por cuarta vez. Traía ahora varios barriles y dijo a los lugareños:
-No os cuesta nada escucharme. Estáis bebiendo del agua contaminada y eso os volverá locos cuando se cumplan siete días. Tomad de ésta, que yo tengo para todos.
Primero se rieron de él y luego lo apedrearon hasta que se fue. Pero el viejo insistió, y al día siguiente volvió a bajar.
Esta vez, los del pueblo lo cubrieron de brea y plumas, y después lo echaron a patadas.
Resignado, el viejo se quedó en su ermita durante muchos días sin volver a la ciudad, bebiendo exclusivamente del agua que tenía guardada, ya que, según su profecía, la de los pozos y los ríos seguiría contaminada durante un mes más.
Durante todo ese tiempo el viejo estuvo triste en su caverna. Pero, concluido el plazo, bajó al pueblo. La profecía se había cumplido: los hombres se habían vuelto locos de forma definitiva.
Se puso tan triste... Había perdido a todos sus amigos... Ya no podía conversar con nadie... Nadie lo entendía, todo el mundo le decía que estaba loco.
Entonces, el viejo entró a las casas de sus amigos, buscó los pozos que guardaban el agua todavía contaminada y, durante los siguientes siete días, sólo bebió de allí...
Mañana estaré en la inaguración del Monumento a las Víctimas del Terrorismo junto a DENAES y la AVT. Quizás sean los últimos baluartes de la dignidad que todavía quedan en España.
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